Un discurso para todos y para nadie. Sepamos que nuestro enemigo utiliza un método perverso. Sepamos que nuestro enemigo es quien mejor nos conoce. Nos pega donde más nos duele, ahí, en la incomodidad de ser dignos. Nos pega exactamente en ese lugar, allí donde nos atormenta la impotencia de saber que para luchar por todos hay que enfrentar a muchos. Su arma es poderosa, es la irritante indiferencia del desagradecido, la insoportable soberbia del necio que se vanagloria de su inmundicia. Sí, qué asco. Y ellos, nuestros enemigos, saben de nuestro asco y planean asquearnos hasta que vomitemos todo lo que tenemos adentro. Es un método perverso, es cierto, pero ¡atención! Lo que llevamos adentro es todo un mundo nuevo. Es justamente por eso que ellos son nuestros enemigos y nosotros los de ellos. Nos quieren hacer vomitar todo eso que llevamos adentro hasta que allí no quede nada más que nosotros mismos. Esa es su victoria: la ficcional autarquía boba del individuo pseudo-sob
"Porque en la batalla filosófica no basta tomar posición contra el adversario, sino que es preciso determinar también la apuesta de la lucha y disputarla con sus propias armas adaptando las formas de su intervención a la naturaleza precisa -históricamente variable- de esta apuesta". Dominique Lecourt.