martes, 11 de abril de 2017

Discurso sobre el asco

Un discurso para todos y para nadie.




Sepamos que nuestro enemigo utiliza un método perverso. Sepamos que nuestro enemigo es quien mejor nos conoce. Nos pega donde más nos duele, ahí, en la incomodidad de ser dignos. Nos pega exactamente en ese lugar, allí donde nos atormenta la impotencia de saber que para luchar por todos hay que enfrentar a muchos. Su arma es poderosa, es la irritante indiferencia del desagradecido, la insoportable soberbia del necio que se vanagloria de su inmundicia. Sí, qué asco. Y ellos, nuestros enemigos, saben de nuestro asco y planean asquearnos hasta que vomitemos todo lo que tenemos adentro. Es un método perverso, es cierto, pero ¡atención! Lo que llevamos adentro es todo un mundo nuevo. Es justamente por eso que ellos son nuestros enemigos y nosotros los de ellos. Nos quieren hacer vomitar todo eso que llevamos adentro hasta que allí no quede nada más que nosotros mismos. Esa es su victoria: la ficcional autarquía boba del individuo pseudo-soberano. De nuevo, qué asco. Es un método perverso, sí, pero que les llevará mucho trabajo realizar hasta el final. Tanto tiempo, que quizás sea demasiado tarde para cuando se den cuenta.
Hay, como verán, una relación intrínseca entre los métodos y los campos en disputa. Esos son sus métodos porque son nuestros enemigos, y al revés, son nuestros enemigos porque esos son sus métodos. Por lo que ya estarán deduciendo, entonces, cuales son los nuestros. No es ningún arma secreta. De hecho, nuestro método es justamente ese, el más público de todos: El de poder-ser-otros. Y como en política (¿en realidad, dónde no?) las oportunidades son responsabilidades, poder-ser-otros deviene en deber-ser-otros. Ese es nuestro deber, el de ser otros. Somos los otros y ahí, exactamente en el mismo lugar en donde el enemigo encuentra nuestro punto débil, dilucidamos en el mismo acto nuestra más potente y estratégica ventaja. La ventaja de saber que ser-otros no significa no-ser-yo. Y ahí, cada vez que nos quieren matar, se chocan con la inexorable y cruda verdad de que, por hacernos tan débiles nos hicieron invencibles. No nos pueden matar porque, cuando nos hacen vomitar del asco, el yo no se vacía: rebalsa.
Ellos quieren agarrarnos pero nosotros somos líquido. Quieren (des)agotarnos pero nosotros desbordamos. Y el desborde se cuela por todos los intersticios que se hunden junto a las cicatrices que dejan en las manos obreras la esclavitud fabril. Recorremos sus cauces, y nos hacemos uno con ellas. Ya es demasiado tarde, perdieron.
No es un sensibilismo. No es que ellos sean la razón fría y nosotros el corazón caliente. Simplemente cargamos con el enorme peso emocional de tener razón. Y aquel glorioso día en donde presencien cómo hasta la última cocinera se atreva a influir sobre las variables macroeconómicas, vomitarán del asco. Va a ser divertidísimo.