El mediodía es el único momento tolerable de los días de invierno. Es cuando el sol está bien arriba y, a través de un tibio calorcito que te pega en los cachetes, casi como el recuerdo de un sol viejo que alguna vez fue pero que ya no es, uno por fin siente que no somos un punto perdido y olvidado en el vasto universo. Las otras 23 horas del día parece que uno sólo espera la muerte. Claro, ahí es cuando aparece alguien que levantando el dedo índice nos dice: "es que, de hecho, sí somos un punto perdido del universo". Esa gente vive como si no habría nada por descubrir, como si el asombro sea algo de lo que avergonzarse por infantil, como si lo que habría que hacer es una tarea de resignación programada, rutinariamente planificada como para pasarla lo menos peor posible hasta que llegue el día final. Nosotros, por el contrario, no creemos que haya que arrodillarse frente a la muerte, no en el sentido de que contengamos algún delirio de vida eterna, sino porque morir, si uno s
"Porque en la batalla filosófica no basta tomar posición contra el adversario, sino que es preciso determinar también la apuesta de la lucha y disputarla con sus propias armas adaptando las formas de su intervención a la naturaleza precisa -históricamente variable- de esta apuesta". Dominique Lecourt.