En épocas donde la hegemonía del formato serie y la gran mayoría del mercado audiovisual superexplota el aspecto narrativo haciendo uso y abuso del ‘cliffhanger’ para generar golpes de efecto que vuelvan al espectador “adicto”, el éxito de la miniserie de HBO ‘Chernóbil’ parece tener como mérito principal el haber despertado un enorme interés y haberse ganado una audiencia masiva contando una historia tan real como conocida como es la del accidente nuclear de Chernóbil[1]. Parte del éxito se deba seguramente a la excelente realización con la que cuenta la serie en términos de guion, actuación, aspectos técnicos, etc. Pero otra parte seguramente se deba a que estamos ante una serie con un fuerte contenido político que se mete de lleno en el debate ideológico que se acrecienta día a día entre las generaciones jóvenes de todo el mundo ante la falta de perspectivas que ofrece el capitalismo: ¿hay otra alternativa al capitalismo? La serie de HBO intenta responder claramente: No la hay. La “alternativa al capitalismo” que se supone que fue la URSS culminó en ese desastre. No es que esperábamos algo distinto viniendo de una enorme empresa norteamericana como HBO, pero en esta nota intentaremos ofrecer algunos puntos de vista que complejicen un poco más lo que sería un análisis “izquierdista” superficial de la serie: limitarse a acusarla meramente de “anticomunista” o de “propaganda capitalista”.
Un balance histórico en disputa
Ocurre que estamos ni más ni menos
que ante la reaparición de un balance histórico que la burguesía logró hacer
hegemónico cuando la caída de la URSS: el “fin de la historia” de Fukuyama, o
lo que es lo mismo, la idea de que el capitalismo “ganó” y que por lo tanto no
hay alternativa posible al sistema. Pero entonces la novedad aquí no es ese
balance, que los aparatos ideológicos del imperialismo impusieron allá por la
década de los ’90, lo novedoso es entonces la necesidad de la burguesía de reforzarlo, de reivindicar ese balance, lo cual deja en evidencia que si hace
falta reforzarlo es porque comienza a
estar cuestionado en la conciencia de amplios sectores. La idea de que el
capitalismo es el único (o el mejor) sistema posible puede prevalecer durante
cierto tiempo, pero está destinada a debilitarse en la medida en que es el mismo sistema el que condena a la miseria
y a la explotación a millones. Esto no significa que “objetivamente” el
capitalismo conduce a que los trabajadores se hagan socialistas: simplemente
significa (y no es poco) que el capitalismo pone todo el tiempo las bases materiales para su propio cuestionamiento.
Sucede entonces que estamos en un período en donde la experiencia de los
explotados y oprimidos con el capitalismo está recomenzando, y esa experiencia, con sus avances y retrocesos, no
puede sino conducir a un erosionamiento paulatino de los fundamentos
ideológicos del sistema[2].
Por lo tanto, lo que está en juego
es el balance de la experiencia histórica del siglo pasado, aunque aparezca
como el balance de un suceso particular (el accidente de Chernóbil). Esto es
muy claro en la serie: en muchas escenas nos conducen todo el tiempo “fuera” de
Chernóbil, invitándonos a pensar sobre otros sucesos que “en principio” no
tienen nada que ver con el accidente en sí: tomemos dos ejemplos. Uno, el
esfuerzo de la serie por relacionar la burocracia soviética con la figura de
Lenin y a la de Marx con reiteradas alusiones a sus nombres o figuras. Sería
ridículo que alguien responsabilice a personajes históricos como Marx o Lenin
del desastre nuclear. Pero justamente la aparición de estos dos nombres
demuestra que lo que está en disputa no es el balance del accidente, sino todo
lo que está de fondo: la legitimidad (o no) de las ideas del socialismo en
tanto alternativa al sistema capitalista. El otro ejemplo es aún más revelador:
El Profesor Legásov, protagonista de la serie, cada vez que debe explicar la
gravedad del accidente lo compara con la bomba atómica lanzada en Hiroshima. Y,
por supuesto, lo hace para decir que la gravedad del accidente equivale a “varias
bombas atómicas de Hiroshima”. Al final, los EEUU no fueron tan malos, los
soviéticos hicieron algo mucho peor…[3] De nuevo, ver Chernóbil no
tiene nada que ver con una serie que trata de un “hecho verídico” sin más, se
trata de una disputa política por la
reapropiación del pasado histórico, y por su resignificación.
La irracionalidad burocrática
Pero aquí es donde el análisis debe
complejizarse. Como decíamos al principio, quedarse solamente en el carácter
macartista de la serie sería un poco injusto, y mucho menos interesante. Porque
lo contradictorio de la serie es que lo que aparece como crítica al “comunismo”
tiene, sin embargo, bases reales: el
desastre político – social de la burocracia soviética. Una burocracia que se
encontraba en su período de mayor descomposición, que ya había perdido la
carrera económica contra EEUU y que fue tomando paulatinamente medidas de
liberalización económica que tendrán su punto culmine en la disolución de la
URSS en 1991 y la restauración del capitalismo[4].
Y en este punto no podemos negar que
la serie da en el clavo: la representación de la burocracia como un cuerpo
privilegiado de funcionarios completamente ajenos a la vida de la clase
trabajadora cuya única preocupación es su
autopreservación como burocracia.[5] No importa si puede llegar
a ocurrir un desastre nuclear de magnitudes continentales, lo importante es que
occidente “no lo sepa”. De este modo, en
manos de un puñado de burócratas la “organización racional” de la “economía
socialista planificada” se revela como su inverso: la ridícula irracionalidad del régimen burocrático,
donde nada importa excepto los intereses del Estado (es decir, de la burocracia
misma). La irracionalidad llega al punto del absurdo: cuando el Profesor Legásov
es llamado a participar de una reunión del Comité Central para tratar el
accidente, se sorprende cuando se entera que la reunión no tiene un carácter
urgente, sino que está pautada para las cinco y media, lo que significa perder
valioso tiempo para actuar rápido. Cuando Legásov cuestiona el horario ante la
secretaria de Gorbachov, esta le responde con total naturalidad que “hay una
agenda que se debe respetar”. La organización burocrática “racional” era en el
fondo profundamente irracional. Del mismo modo, cuando Legásov se esfuerza por
hacerle entender a los burócratas que el accidente es gravísimo, estos no le
creen, ya que su versión “contradice la versión oficial”, ¡dando por hecho que
es imposible que la “versión oficial” esté equivocada! Recordemos que una de
las ideas mediante la cual la burocracia se autolegitimaba frente al pueblo
ruso y el resto del mundo eran el progreso tecnológico, científico y la idea de
una sociedad “racionalmente organizada”. El accidente de Chernóbil dio un golpe
letal a esta representación que la burocracia vendía de sí misma.
Es
que la planificación económico-social solo puede ser racional en la medida en
que sirve a fines socialistas, es decir, al control y administración efectivo
de las masas ejerciendo el poder. Cuando la planificación pasa a ser planificación burocrática pierde cualquier
carácter socialista: ya no estamos frente a un Estado que tiende a reabsorberse
en la sociedad misma (Lenin), sino al surgimiento de una capa privilegiada cuya
“planificación” tiene como principal y casi único objetivo la perpetuación de
esos mismos privilegios. Cincuenta años antes del accidente de Chernóbil,
Trotsky escribía, en La Revolución
Traicionada, que “El predominio de
las tendencias socialistas sobre las tendencias pequeño burguesas no está
asegurado por el automatismo económico –aún estamos lejos de ello-, sino por el
poder político de la dictadura. Así es que el carácter de la economía depende
completamente del poder.” Para Trotsky, que está viendo en tiempo real el
afianzamiento de la burocracia estalinista en el poder, el desarrollo de las fuerzas
productivas mediante la planificación no puede hacer abstracción del sujeto social que lleva a cabo dichas
tareas. Aquí también vale la fórmula de Trotsky acerca de los medios y los
fines: para llevar adelante fines socialistas, no vale “cualquier” medio, o
dicho de otro modo, dicho fin no puede ser realizado por “cualquiera”. Creemos
que la principal lección histórica de la lucha de clases del Siglo XX consiste
precisamente en esto: sólo la clase obrera en el poder puede conducir al
socialismo.
Así,
la irracionalidad capitalista donde
manda el mercado de forma anárquica e incontrolada conoce a su prima no tan
lejana, la irracionalidad burocrática,
ambas unidas por la necesidad de perpetuar a una minoría que vive de la
apropiación del trabajo de las amplias mayorías.[6] Es por esa razón que es
imposible que una burocracia pueda reemplazar a la clase obrera en la tarea de
abrir un período de transición al socialismo.
HBO como aprendiz de brujo
Obviamente, no hay nada de este
balance en la serie. No pretendemos tanto. El hecho es que, como decíamos, el
balance que se intenta hacer pasar es el opuesto: justamente el identificar a la desastrosa burocracia
estalinista con el comunismo, para rechazar en
bloque todo lo que tenga que ver con “ideas de izquierda”. Ahora bien, como
hemos dicho, lo novedoso es la necesidad de reavivar este rechazo. ¿Tendrá algo
que ver con lo que el diario burgués The
Economist llamó “el ascenso del socialismo millenial”? Seguramente, los
ideólogos del capitalismo no esperaban tener que combatir “otra vez” contra las
ideas socialistas. Pero el hecho es que, si bien la experiencia histórica está
recomenzando, sería un error creer que dicho recomienzo equivale a una
repetición lineal de la experiencia, como si las nuevas generaciones estarían
condenadas a repetir los errores del pasado. Justamente, la caída del Muro de Berlín
tuvo este doble carácter contradictorio: Por un lado, significó el triunfo del
bloque capitalista, y desde ese punto de vista fue una derrota. Pero por otro,
abrió el camino para el relanzamiento de
la lucha por el socialismo sin el peso del monstruoso aparato estalinista
contrarrevolucionario.
Es
precisamente este último aspecto el que permite –y nos demanda- sacar las más
profundas conclusiones sobre la lucha de clases del siglo pasado para luchar
por reabrir una perspectiva revolucionaria en el Siglo XXI. Desde ese punto de
vista, y en un mundo en donde todo parece indicar que nos dirigimos hacía un
período de más y mayores choques sociales, ¿es posible entonces ver en la serie
Chernóbil no una mera apología del
capitalismo, sino justamente la reafirmación de que el aparato estalinista no
tuvo nada que ver con “la clase obrera al poder”, es decir, el socialismo? Para
ponerlo en una imagen: existe una escena en donde está reunido el buró político
local para definir los pasos a seguir tras el accidente. Un burócrata mayor, al
que todos reverencian casi religiosamente, afirma –de alguna manera se la
rebusca para citar a Lenin, que no sólo no hay que evacuar la ciudad, sino que
hay que acordonarla y cortar las líneas telefónicas para que la noticia del
accidente no se difunda. El resto de la mesa se para y comienza a aplaudirlo de
pie, de manera ridículamente reverencial. Detrás de él, en segundo plano se ve
un cuadro de Marx colgado en la pared, puesto ahí un poco forzadamente, como
queriendo dejar “pegada” la figura de Marx a lo que está sucediendo allí. Una
mirada superficial diría que sólo se trata de una escena “anti izquierda”.
Pero, ¿no produce la escena también un efecto colateral inesperado para sus
realizadores? La imagen de Marx presentada como en continuidad con lo terrible que está sucediendo en esa habitación,
¿no produce en realidad un efecto de ruptura?
¿No genera un efecto evidentemente absurdo, es decir, el absurdo de considerar
que las ideas de Marx pueden llegar a ser “eso” que nos están mostrando? Parecería
ser que Chernóbil juega en un fino
límite entre el anticomunismo, por un lado, pero por otro también con la
evidente ruptura que hay entre las ideas (y la práctica) de revolucionarios de
la talla de Marx y Lenin con esa pandilla de burócratas criminales que
gobernaban la URSS. Ahora bien, ¿cuán “evidente” es para el público esa
ruptura? Aun no podemos saberlo. Lo cierto es que ese balance (si hay
continuidad o ruptura entre el socialismo y la experiencia de los Estados
Burocráticos) está en disputa, y la mera existencia de la serie nos demuestra
la necesidad que está empezando a
tener la burguesía de dar esa
disputa. Afortunadamente para los revolucionarios, el resultado de esa disputa
no se definirá en última instancia en los servicios de streaming, sino en el terreno de una lucha de clases agudizada que
prepara un capitalismo cada vez más cerca de una nueva crisis.
Existe
una famosa frase de Marx en el Manifiesto
Comunista que compara a la burguesía en ascenso con un “aprendiz de brujo”
que no puede controlar las fuerzas que él mismo crea, ilustrando así como el
capitalismo al desarrollar las fuerzas productivas, éstas se le vuelven al
mismo tiempo incontrolables. Nos permitimos tomar la imagen del aprendiz de
brujo y aplicarla también a los productores de la cadena HBO, quienes pueden
estar jugando con peligrosas fuerzas incontrolables, ya que al intentar poner
esfuerzos en denigrar a Marx y a Lenin, quizás, sin quererlo, no estén más que
afirmándolos.
[1] Probablemente la serie sea
responsable también del “chiste
Millenial” por antonomasia: “¡No me ‘espoilees’ Chernóbil!”. Toda una
definición de época.
[2] Reiteramos: este cuestionamiento
no tiene por qué ir automáticamente hacia la izquierda. Ver, sin ir más lejos,
el avance de la ultraderecha en Europa, que con un discurso “antisistema”
encarna ideologías ultrareaccionarias.
[3] Claro que es posible comparar
ambos sucesos desde el punto de vista científico. Desde el punto de vista
político, en cambio, es una canallada comparar un accidente con la decisión
para nada “accidental” de los EEUU de perpetrar una tragedia humana como fue
Hiroshima y Nagasaki.
[4] La última generación de burócratas
se convirtió, así, en la “burguesía nacional” rusa, sacándose de encima por fin
el “estorbo” de la propiedad estatal, o lo que quedaba de ella.
[5] La mejor escena de la serie sucede
cuando un funcionario soviético, vestido con un traje celeste impecable, va
hacia una mina de carbón a buscar a los obreros que trabajan allí, ya que estos
deberán ser llevados a Chernóbil a cavar un túnel por debajo del reactor. La
reacción de los obreros ilustra a la perfección como la burocracia era una capa
completamente ajena y hasta opuesta a la clase obrera, y estos últimos lo
sabían muy bien (y se lo hacen saber).
[6] Cuando en el último capítulo se
está desarrollando el juicio para determinar a los responsables del accidente,
el Profesor Legásov, que se rebela frente a todo el aparato y comienza a decir quiénes
son los “verdaderos” culpables se pregunta: “¿Por qué no hemos construido un
muro de contención alrededor del reactor, como hacen en Occidente? Por la misma
razón por la que hacemos todo: porque es
más barato”. Lo que le faltó decir al Profesor Legásov es que es
exactamente esa la lógica irracional
que impera también en el capitalismo, el cual también cuenta con sus propios
antecedentes de accidentes nucleares.
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