lunes, 13 de febrero de 2017

El Capital: Sobre la exposición teórica y el método de investigación del objeto

Un muy breve apunte sobre El Capital.

La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un ‘enorme cúmulo de mercancías’, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía.”[1]

           


Imaginemos que queremos hacer un análisis científico, completo y riguroso de la estructura del modo de producción capitalista, en su génesis y desarrollo. Ese es nuestro objeto de investigación. Como imaginarán, tal objeto es una totalidad enorme, extremadamente compleja, con innumerables elementos que se relacionan de forma diversa entre sí y en continuo movimiento. Surge inmediatamente la terrible pregunta: ¿Por dónde empezar? Ahora bien, esta pregunta puede tomarse, en principio, en dos sentidos: Podemos preguntar por dónde empezar a investigar el objeto o por dónde empezar a exponer nuestra investigación del objeto. Afortunadamente para nosotros, la investigación del objeto ya la realizó Marx. Mucho se ha escrito acerca del método materialista-dialéctico marxista; aquí solo podremos hacer algunas referencias generales, pero nuestro objetivo aquí es bastante más modesto: contribuir a que más compañeros/as se “animen” a leer El Capital sin frustrarse en la cuarta página.

            Por lo tanto, y volviendo a la pregunta sobre el cómo empezar, lo que a nosotros nos interesa en principio es entender por dónde Marx elije comenzar su exposición de la investigación de su objeto, para luego poder establecer qué tipo de relación hay entre ésta y la investigación en sí. He transcrito aquí, al comienzo de este apartado, el primer párrafo del Capítulo I de El Capital, donde Marx dice, justamente, que su investigación comenzará por el análisis de la mercancía. Dicho párrafo, de una brevedad desconcertante, encierra ya muchísimo para analizar. Empecemos por lo más fácil, lo que Marx no hace: No se comienza explicando “históricamente” el capitalismo, tal como lo haría un historiador, por ejemplo, enumerando todas las condiciones económicas y políticas que fueron dando origen a las nuevas relaciones de producción. Marx se encarga reiteradas veces de hacerlo, es cierto, por ejemplo al explicar la acumulación originaria del capital, pero eso lo hace ¡en el capítulo XXIV! Todo lo contrario, Marx elije partir de las sociedades capitalistas tal como se presentan[2]. Esto es importante para nosotros en dos sentidos:

Primero, Marx parte de una realidad concreta, pero inmediatamente después de partir de esa realidad concreta, no se detiene en ella ni un poco, se va rápidamente hacia lo abstracto, y comienza a descomponer la mercancía en sus diferentes formas: valor de uso, valor, valor de cambio. Así, Marx toma un elemento simple (o mejor dicho, que aparece como simple) de la realidad concreta, lo abstrae y lo analiza en sus partes constitutivas. Este primer movimiento de lo concreto a lo abstracto se completará después con un retorno a lo concreto, que no es, sin embargo, un retorno al punto de partida[3], pues ahora el elemento concreto ya no es propiamente “simple”, sino que se comprende en la totalidad de las relaciones que lo atraviesan.

Segundo, lo que subyace a este comienzo desde lo concreto, es que en el método dialéctico el objeto de estudio necesita haber alcanzado un grado de madurez suficiente para conocer las leyes internas de su desarrollo. El objeto necesita haber sido “desplegado” en la historia lo suficiente como para poder captarlo en su movimiento. Así, fue posible explicar que el capitalismo tuvo su origen a partir de las contradicciones de las fuerzas productivas con las relaciones de producción feudales, sólo a partir de un cierto grado de desarrollo del mismo capitalismo, una vez que las relaciones sociales feudales ya fueron, en lo fundamental, superadas.

Ahora bien, en lo que resta del Capítulo I, Marx desarrolla la forma valor en sus diferentes momentos: forma simple, desplegada, general, y por último, dineraria. Le dejamos al lector la tarea de comprender cada uno de ellos. Para nuestro propósito, sólo diremos aquí que todo ese análisis tiene un carácter evidentemente teórico, a partir de la consideración de Marx de que la sustancia del valor es trabajo humano abstracto. Justamente, despoja con fines analíticos tanto a la mercancía como al trabajo humano de su “lado” concreto (es decir, a la primera de ser valor de uso, al segundo de ser trabajo útil), para analizar teóricamente el valor hasta llegar a su forma más compleja, el dinero como equivalente general de todas las mercancías. Por eso, los momentos de la forma valor en el Capítulo I no son momentos cronológicos (históricos), sino lógicos.[4]

En el Capítulo II Marx se ocupa del proceso de intercambio. Ahora estamos frente a cómo las relaciones de intercambio de mercancías dieron lugar necesariamente a una mercancía que tiene el “privilegio” social de funcionar como equivalente general de todas las mercancías: el dinero. Sin embargo, hemos dicho que ya se había llegado al concepto de dinero o mercancía dineraria en el capítulo anterior. He aquí el centro de la cuestión que nos ocupa: Marx está explicando el dinero desde dos “ángulos” diferentes, pero inseparables. Primero, dijimos que llegó a él mediante formas de análisis ideales. Ahora, llegamos a él como el producto de la generalización de las relaciones de intercambio de mercancías, lo que es sin duda un momento histórico producto de cierto desarrollo de las fuerzas productivas. Así, dicho esquemáticamente (ahora veremos por qué decirlo así es esquemático y hasta en cierto sentido erróneo), en el Capítulo I Marx explicó teóricamente el dinero, mientras que en el segundo lo explicó históricamente. Llegamos al fin, a lo que nos preguntábamos al principio: el modo de exposición de la investigación del objeto.

Al comienzo decíamos que como nuestro objetivo es poder leer el capital de la forma menos traumática posible, lo que nos interesaba era más bien el problema de la exposición, y dejábamos el problema del método de Marx para otro momento. Lo cierto es que se nos hace imposible poder explicar uno sin el otro, pues hay una estrecha relación entre ellos. El autor se mueve constantemente entre el plano teórico y el histórico, y podríamos decir que todo El Capital es un gran rodeo de unos pocos conceptos básicos pero fundamentales, desplegados en todas sus implicancias.

Este movimiento de Marx en estos dos “terrenos” no tiene simplemente fines explicativos, sino que es parte constitutiva del método marxista: El análisis teórico no puede prescindir del histórico porque los conceptos teóricos están en Marx justamente historizados: Son propios de un modo de producción dado. Es conocida la crítica de Marx a la economía política clásica sobre la “eternización” de sus conceptos, transformando las relaciones sociales capitalistas en relaciones sociales a-históricas. Como mucho, cuando la economía política clásica reconocía cierto carácter histórico de algunos conceptos, por ejemplo en Ricardo, esta historicidad solo afectaba al concepto teórico en términos cuantitativos, en su forma, pero no cualitativamente. Por eso, para Ricardo tanto el salario como el beneficio y la renta pertenecen a una misma naturaleza: la ganancia. La diferencia entre ellos es sólo cuantitativa. Para el marxismo estos son conceptos de órdenes diferentes porque son producto de relaciones sociales diferentes. Del mismo modo, pero a la inversa, no es casualidad que el análisis histórico venga expositivamente después del teórico (al menos en nuestro ejemplo sobre los capítulos I y II), porque la historia no es para Marx un conjunto caótico de hechos brutos, sino que sólo puede ser estudiada científicamente a partir de representaciones ideales (conceptos) producto de la generalización abstracta de la historia concreta. Hay aquí, como en todo, una relación dialéctica entre historia y teoría. La primera sólo es inteligible contando con la segunda; la segunda sólo puede explicar la complejidad de las relaciones económicas a partir de su movimiento y formas históricas. En conclusión, el método de Marx no permite “cualquier” exposición (lo que no significa que permita sólo una), sino que ésta debe “desprenderse” del modo en que el objeto es estudiado.

La síntesis de todo esto es El Capital. Aun con sus pasajes oscuros, reiterativos, metafóricos y hasta brillantemente irónicos, constituye una obra fundamental (si no “la” obra fundamental) de la economía y la ciencia social en general, y de cualquier análisis que se precie marxista, que como tal debe tener el objetivo (y El Capital efectivamente lo tiene) de contribuir a la praxis revolucionaria, pero también de nutrirse de ella: La lucha de clases no es sólo “producto” de la economía, sino también constitutiva de ésta.



[1] Marx, K. (2014), El Capital, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, p. 43.
[2] Prestemos especial atención a expresiones del tipo “forma en la que se presenta”, “modo de expresión” o “aparece como…”, que realmente abundan en El Capital y en la obra marxista en general, pues es fundamental en el método dialéctico diferenciar el modo en que una cosa se manifiesta concretamente, de sus relaciones “internas” que la constituyen y explican. Cuidado con esto: aunque no podemos explayarnos aquí, es importante advertir lo (brutalmente) erróneo que sería atribuirle a Marx una metafísica de la esencia, en donde la realidad material es solo la “expresión” de una esencia inmaterial, visión típicamente idealista. En Marx, la “esencia” de un objeto no es más que las relaciones sociales que le dan origen y existencia. Desde ya, tales relaciones tienen un carácter material, y son determinantes sólo en la medida en que existen a través de lo que ellas mismas determinan.
[3] Este movimiento concreto-abstracto-concreto es central en el análisis materialista-dialéctico, pero no nos podemos detener aquí sobre él. Para una explicación muy didáctica, recomendamos el curso del marxista argentino Milcíades Peña llamado “Introducción al pensamiento de Marx”.
[4] Es cierto, estos dos momentos pueden llegar a coincidir, aunque de forma contingente.

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