A 100 años de la Revolución Rusa.
El
‘Ancien Régime’ moderno es sólo el comediante de un orden universal cuyos
verdaderos héroes han muerto. La historia es radical, y pasa por muchas fases
cuando sepulta una vieja forma. La última fase de una forma histórica universal
es su comedia.
Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
100
años después de la Revolución Rusa, escribir algunas líneas sobre su actualidad histórica es como mínimo
polémico. Por un lado, el mundo es gobernado
por Trump, Temer y Macri, por nombrar solo algunos, y por otro, el terror del
fundamentalismo teocrático del ISIS y el crecimiento de la ultraderecha europea
y el neoliberalismo marcan la tónica mundial. Hablar de “actualidad de la
revolución rusa” en este contexto podría parecer absurdo a algún lector
desprevenido. Esta contradicción entre un mundo girado a derecha y la pregunta
por la actualidad de la Revolución Socialista no es aparente, sino que es, por
el contrario, la condición de posibilidad de esa pregunta. Es exactamente en el
lugar de esa contradicción en donde el problema de la actualidad de la
Revolución emerge y se plantea. Es justamente porque vivimos en el mundo de Trump y el ISIS que la pregunta sobre
la posibilidad del socialismo recobra su más profundo sentido, que es la
pregunta sobre la dialéctica histórica.
En
el presente artículo analizaremos a la Revolución de Octubre en tanto hecho histórico, lo que significa en
primer lugar clarificar la
naturaleza de ese concepto en un sentido materialista, y por el otro, poner a
la revolución en tanto hecho pasado en relación dialéctica con el presente y
con el futuro.
Historia, guerra y política
Para
los marxistas, la historia es la historia de la lucha de clases. La frase de
Marx, ya célebre, tiene la virtud de poder sintetizar en pocas palabras el
sentido de lo que su autor llamó materialismo
histórico. Pero esa virtud que la hizo célebre es también su defecto, pues
es sabido que el debate acerca del carácter de los procesos históricos para
Marx, ha suscitado las más variadas interpretaciones entre adherentes y
detractores. Entre estos últimos, ha sido la Academia de los ámbitos
universitarios –que desde hace más de 40 años enarbola las banderas del
posmodernismo, y por lo tanto, del anti marxismo[1]- quien más se ha encargado
de difundir una versión tergiversada, simplificada y desvirtuada del sentido
original en que Marx pensó la cuestión.
En
efecto, la Academia ha interpretado generalmente que los marxistas suscribimos
a una visión lineal de la historia, adosándole más o menos subrepticiamente al
materialismo un carácter determinista,
por lo que la historia, en tanto historia de la lucha de clases, no podría sino
culminar con el inevitable triunfo
del comunismo en todo el mundo. Para
ser honestos, el origen de esta interpretación simplificada del marxismo nació
al interior del mismo, para justificar las desviaciones reformistas de los
partidos socialistas, con las que el propio Marx discutía a fines del siglo
XIX.
El
hecho es que, muchos años después, con la decadencia y posterior caída del
régimen estalinista y de los estados “socialistas” en casi todo el mundo, este
clima de anti marxismo que ya hegemonizaba los ámbitos académicos dio un salto
en calidad con la teoría del “Fin de la historia”, no por casualidad nacida y
difundida desde el centro del capitalismo mundial. Si el marxismo supuestamente
consideraba el triunfo del comunismo como una inevitabilidad histórica (y el estalinismo
no hizo más que seguir alimentando esta tergiversación burda), el derrumbe de
la URSS no significaba simplemente el fracaso de una experiencia, sino la
“refutación”, en la práctica, de la teoría marxista en su totalidad.
¿Cómo
explicamos esto los marxistas? La pregunta no se refiere a la naturaleza de la
URSS y de los estados burocráticos, sino al problema que planteaba la frase
original: ¿Qué significa, entonces, que la historia es la historia de la lucha
de clases? La respuesta más difícil de encontrar es, muchas veces, la que está
a la vista de todos. La lucha de clases es eso: una lucha. Y como tal, se
necesitan al menos dos contendientes que se enfrenten. Nada más. Concluir de
allí que uno de los dos contendientes está “predestinado” a ganar esa pelea, es
un salto que requiere de una justificación. Pero ese salto es ajeno al
marxismo, fundamentalmente porque es antimaterialista: el resultado final de
esa lucha dependerá de su desarrollo concreto
en un terreno concreto en donde
actuarán sujetos concretos. La
historia es entonces la historia de la lucha de clases en un doble sentido: es al
mismo tiempo el resultado de esa
lucha y el lugar en donde esa lucha
se desarrolla. Significa esto que la lucha de clases se realiza siempre en
ciertas condiciones históricas “no elegidas”, pero que al mismo tiempo, el devenir
mismo de esa lucha puede modificarlas e intervenir sobre ellas.
En
este sentido, que es a la vez más simple y más profundo, el ejemplo de la
Revolución Rusa es aleccionador, pues el fin de esa experiencia inaugurada con
la revolución no significó el “fracaso” del marxismo sino más bien lo
contrario: la muestra cabal de que la historia es fundamentalmente un terreno de disputa, o mejor: un campo de batalla, en el cual se puede
ganar o perder. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios
(y viceversa), entonces la Historia es el campo de batalla en donde esa guerra
efectivamente acaece, y ese campo de batalla no es un “modelo abstracto” que la
teoría busca “hacer encajar” en los acontecimientos históricos, sino que es un
conjunto de condiciones objetivas y subjetivas sobre la cual cada bando
despliega su estrategia.
El
trágico final de la Revolución Rusa, paradójicamente, nos posiciona a los
marxistas con una actitud hacia la historia de optimistas realistas. Por un lado, la experiencia de la revolución
nos demuestra que efectivamente el mundo se puede cambiar, que los trabajadores
pueden tomar la historia en sus manos y elegir su propio destino. En este punto
la Revolución Rusa es, por lejos, el hecho que más “incomoda” a los pesimistas históricos que aun hoy
propugnan –cada vez con menos convencimiento- el fin de la historia. Por otro
lado, el fracaso de la URSS y los
estados burocráticos nos ayuda a combatir esa visión idealista de la historia
atribuida al marxismo, según la cual el triunfo del comunismo estaría escrito
de antemano. La Revolución Rusa nos sirve entonces para discutir también con el
optimismo abstracto que intenta
convertir al marxismo en una especie de versión “laicizada” de la historia
judeo-cristiana. El pesimismo y el optimismo abstracto tienen su punto de
encuentro en el rechazo a la acción humana (es decir, a la política) como
herramienta fundamental de transformación de la realidad. Los marxistas somos
optimistas pero realistas: Como dijera Lenin, es preciso soñar, pero a
condición de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.
El
futuro llegó hace rato
Hasta aquí hemos hecho
hincapié en clarificar en qué consiste la historia en un sentido materialista,
contra todo determinismo. Pero para completar nuestro análisis debemos
profundizar ahora en el carácter dialéctico
de este materialismo. No se trata simplemente de dar la respuesta de manual y
decir que la historia es la “síntesis” que surge como resultado del choque
entre la tesis y la antítesis. Esto podría ser correcto en términos (muy)
generales y abstractos, pero poco aporta a la comprensión de la dinámica real de los acontecimientos. Nuevamente,
el marxismo nos enseña que la teoría no es algo que está en el “mundo de las
ideas”, como algo estático y autosuficiente, y que como tal corresponde
“aplicarla” a los hechos para que nos devuelva, como si de una receta se
tratase, las respuestas y soluciones que buscamos.
Por el contrario, la
realidad es rica en determinaciones y la única forma de poder intentar atender
a todas ellas es tomando en cuenta la concreción de las cosas. Lejos de
considerarlos como un proceso lineal, Marx siempre subrayó que no pueden
explicarse los hechos históricos y su dinámica estableciendo una causalidad mecánica entre la estructura
económica de la sociedad y la superestructura. Sin entrar en el debate acerca
de qué significa que haya una relación dialéctica y no mecánica entre estos dos
elementos, lo que nos interesa aquí es resaltar el hecho de que esta dialéctica
proyecta al análisis histórico una diversidad de tiempos o ritmos históricos que en
un mismo momento se entrelazan, difieren, e incluso se contraponen entre
sí. Para explicar esto, antes de entrar de lleno al caso de la Revolución Rusa,
utilicemos un ejemplo contemporáneo al propio Marx.
Para mediados del siglo
XIX, Alemania era un país políticamente atrasado. Mientras que en el resto de
Europa y EE.UU se consolidaban las modernas repúblicas burguesas, Alemania mantenía
un régimen político monárquico, pero que además todavía no lograba resolver el
problema de su unidad nacional. Al mismo tiempo, empezaba a posicionarse como
uno de los países económicamente más poderosos y desarrollados de Europa. La
contradicción evidente no termina allí: Alemania no era vanguardia sólo en términos
de desarrollo económico, sino que lo era también en el ámbito intelectual. A
comienzos del siglo XIX se vive aún el auge del idealismo alemán, encabezado
por toda una generación de pensadores que construyeron una verdadera hegemonía
en el pensamiento filosófico de la época. Dicha generación, encabezada
indudablemente por Hegel, se veía a sí misma en la más alta estima intelectual,
consideraban que el sistema idealista había alcanzado la cúspide de la
racionalidad, que sería la ciencia
especulativa, sobre la cual, creían, descansaban todas las demás ciencias
particulares.
Ahora bien, el
hegelianismo había dejado instalada la idea de que la historia avanza hacia
formas cada vez más racionales, y que la forma suprema de esa racionalidad
universal sería el Estado moderno. Pequeño problema, ya que justamente era
Alemania, a la vez que era el país “más avanzado” en la filosofía, el más
atrasado políticamente de los principales de Europa, pues aun contaba con un
antiguo régimen monárquico y religioso. Escribe Marx: “Cuando rechazo las condiciones alemanas de 1843, estoy, según la
cronología francesa, apenas en el año 1789, y desde luego muy lejos del foco
del presente”[2].
Las palabras de Marx son por demás ilustrativas. Resulta ser que el presente alemán está muy lejos del “foco”
del presente, como si el “verdadero” presente, estaría pasando en otro lugar.
Esto sin nombrar todavía el carácter anacrónico
que Marx y los hegelianos le atribuyen a la realidad alemana. Aun haciendo un
corte sincrónico, encontramos en un mismo momento distintas temporalidades históricas a solo unos
kilómetros de distancia, por ejemplo en Francia y en Alemania. Marx mantiene,
por supuesto, un punto de vista teleológico: está mirando a la historia en
relación a su fin[3].
No podemos ahora sumergirnos en esta cuestión de la teleología, pero sí estamos
en condiciones de afirmar que Marx jamás
pensó la historia como un proceso lineal de despliegue y realización de la
esencia del hombre, independientemente de que efectivamente piense que deba
ser ese el lugar hacia donde nos
debemos dirigir, el objetivo que nos debe movilizar.
El resto de los “hegelianos
de izquierda” también eran conscientes de este anacronismo de la realidad alemana. Tanto Bauer como Feuerbach
entendieron este problema e intentaron resolverlo a su manera, planteando la necesidad
de avanzar hacia un Estado laico. Pero fue Marx el que comprendió hasta el
final la cuestión: No se trataba de cambiar la “irrealidad” del Estado, sino la realidad de la sociedad civil¸ es
decir, las relaciones sociales. Más allá
de esto, lo destacable de esta generación de pensadores es la inmensa
conciencia histórica de sí mismos, del “lugar” de la historia en que se
encontraban, y fue esa conciencia de sí lo que permitió que el mejor de ellos,
Marx, se desplace de la crítica de la
religión a la crítica de la realidad, la revelación de la miseria profana,
oculta en la miseria religiosa. El nivel de esta conciencia de sí lo expresa
brillantemente el propio Marx: “Somos los
contemporáneos filosóficos del presente sin ser sus contemporáneos históricos”[4]. La Alemania de 1844 se
encontraba en un presente-pasado, que
no es propiamente ni la realidad de uno ni la repetición del otro, sino la
versión en comedia del régimen que
había terminado en su propia tragedia.
No quedan dudas que
Marx considera que los tiempos históricos son heterogéneos, allí reside su
carácter dialéctico. Los elementos progresivos y regresivos conviven de forma
sincrónica, chocan, se combinan, aparecen y desaparecen. Algunos triunfan sobre
otros y todos estos movimientos reprograman “el reloj” (o deberíamos decir los
relojes) de la historia. Para la cuestión que nos ocupa, tal como hicieron los filósofos
alemanes, parece que la tarea es reconocernos en la historia, y sobre todo,
encontrar en este difícil reloj de la historia, la hora que marca la Revolución Rusa.
Lo que es objetivo es
que de la Revolución Rusa nos separan 100 años. Pero decir esto es hablar de
una medida de tiempo, no de historia. En este sentido, conmemorar su centenario
sería casi una formalidad, pero no creemos eso cuando lo hacemos. Los homenajes,
estudios, conferencias y debates acerca de la gesta de octubre proliferan en
todo el mundo. ¿Por qué no se conmemora cualquier otro hecho pasado con tanta
fervencia? ¿Qué tiene de especial la Revolución Rusa que amerita que hoy
estemos hablando de ella 100 años después? En otras palabras, planteemos la
pregunta de una vez por todas: ¿En qué sentido es actual la Revolución Rusa?
Respondamos, sin más preámbulos, con las herramientas que nos dio el propio
Marx.
La Revolución Rusa es
el futuro. Ella está “más adelante” que nuestro presente. Los hechos que la
conformaron están fácticamente en el pasado, claro está, pero la Revolución
Rusa está en el futuro en un sentido no temporal, sino histórico. Parafraseando a Marx, cuando cuestiono el mundo de 2017
estoy, todavía, antes de 1917. Nuestras tareas para el futuro están en el
pasado. Lo que nos debemos, la Revolución ya
lo hizo, y por lo tanto, las Revoluciones que nos depare el futuro deberán hacerlo nuevamente. Es en este
sentido histórico profundo, que podemos afirmar que si la Alemania del Siglo XIX
era un presente-pasado, la Revolución
Rusa está en una situación aún más paradojal: ella es un pasado-futuro, ella ya fue
lo que todavía no es, pasó hace 100
años, y aun no podemos alcanzarla. La Revolución Rusa nos lleva un centenario
de ventaja.
Colgado en el medio de
ese pasado-futuro está el presente, deambulando
medio perdido, como alguien que perdió su punto de referencia. Pero que lo haya
perdido no significa que no exista: hay que recuperarlo y reorientarse. Nuestro
presente está en un limbo histórico. Avanza, pero no necesariamente hacia el
futuro. A veces prueba a ver si algún hecho del pasado (del pasado-pasado) le
sirve como guía. Algunos se dejan engañar y van hacia allí: son nuestros
enemigos.
La Revolución Rusa es
actual porque su pasado dejó marcada la huella hacia el futuro. Es actual
justamente debido a que nos falta, ella es la presencia de su ausencia. Estamos
siendo primero los contemporáneos históricos a su centenario, pero todavía no a
ella misma. Todo esto no significa que vayamos a repetir mecanográficamente los
libros de historia. Porque aunque Lenin, Trotsky y los obreros de Petrogrado
nos marquen el camino, ahora nos toca a nosotros andarlo. Nuestra tarea es convertir
ese pasado-futuro en un presente, y una vez allí, tomar el futuro por asalto.
[1] Una discusión por demás
interesante, y que requiere de un tratamiento especial, es la de si comienza a
verse una incipiente crisis del pensamiento posmoderno, a la luz de los
acontecimientos políticos mundiales que parecen ser muestra de un futuro no muy
lejano más típicamente “moderno”.
[2] Marx, K. “Contribución a la
crítica de la filosofía del derecho de Hegel” en Antología, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2015, p. 93.
[3] En castellano, la palabra “fin”
contiene una ambigüedad importante (fin como objetivo o finalidad, y fin como como
final o término). El alemán cuentan con la palabra Ziel para el primer sentido y Ende
para el segundo. Cada vez que Hegel mencionaba “el fin de la historia” debe
entenderse en el primer sentido de la palabra Ziel.
[4] Op. Cit., p. 97
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