Homenaje a 35 años de su muerte.
¿Dónde
estaba usted a sus 20 años? En 1932, un joven comunista francés hijo de neerlandeses
está armando sus valijas. Su destino, una pequeña isla turca a unos treinta
kilómetros de Estambul. Su objetivo, ser el nuevo secretario personal de León
Trotsky, el gran revolucionario ruso en el exilio. Un siglo extraordinario contiene
vidas extraordinarias. Una de ellas es, sin dudas, la de Jean Van Heijenoort, una
vida que, como el siglo que le tocó vivir, tuvo Revolución y esperanza, pero
también tragedia y desencanto. Con motivo del 35 aniversario de su muerte,
repasamos la vida de uno de los personajes más importantes en el entorno de
Trotsky en el exilio.
París
A
comienzos de los años treinta el mundo era un polvorín. El crack de la bolsa de
1929 había desatado la mayor crisis capitalista de la historia hasta entonces.
En Alemania, el nazismo se encontraba en franco ascenso. Las ondas de choque de
la inmensa Revolución Rusa todavía se hacían sentir en la combatividad
revolucionaria de la clase obrera europea. Contradictoriamente, al interior de
la URSS, la contrarrevolución estalinista avanzaba al ritmo de la
industrialización acelerada y de la brutalidad de la colectivización forzosa.
Trotsky,
que desde 1923 había emprendido abiertamente su lucha contra la burocracia, fue
forzado por Stalin a exiliarse al interior de la propia URSS primero, en 1927,
y dos años después sería expulsado definitivamente. Desde 1929, su exilio en la
pequeña isla de Prinkipo marcaría el inicio de su vida “en un planeta sin
visado", que lo llevaría de Turquía a Francia, de allí a Noruega y por
último a México. Cuando en 1932 Raymond Molinier, entonces principal dirigente
del grupo trotskista francés, le dijo a Van Heijenoort que viajaría a Turquía
para ser secretario y guardaespaldas de Trotsky, el joven Van -como lo llamaría
luego cariñosamente Trotsky- probablemente no imaginaba que su nueva tarea militante
le guardaba tantos y tan disimiles destinos, y que cuarenta años después
consideraría necesario escribir un relato del recuerdo de esos años de
peripecias y vicisitudes.
Para
1932, los trotskistas franceses habían sido todos expulsados del Partido
Comunista y habían formado la Liga Comunista, que contaba con no mucho más de
una veintena de militantes verdaderamente activos, y editaban su propio
periódico, La Verité. Sólo Van se
había sumado directamente a la Liga sin pasar antes por el Partido Comunista. Había
terminado un internado de nueve años, destacándose en las matemáticas, y era un
joven revolucionario convencido.
La
situación política era muy compleja. En Alemania, el estalinismo estaba en
plena política del “tercer período", rechazaba el frente único con la
socialdemocracia contra el fascismo y los catalogaba de “socialfascistas”.
Trotsky, que seguía los desarrollos desde su exilio en Turquía, intentaba ofrecer
una línea política adecuada ante el avance del nazismo, denunciando la política
desastrosa de la Internacional Comunista en decenas de cartas, artículos y
folletos, “los más brillantes de todos los que produjo en el exilio",
según el propio Van.[1]
En
Francia, la Liga intentaba hacer mella con el debate de Alemania entre las
filas de los militantes estalinistas. Pero la militancia en el trotskismo tenía
sus dificultades. Una, el pequeño tamaño de la organización. Otra, los ataques
y la persecución de los estalinistas. Un cuadro que pinta Heijenoort retrata de
manera contundente (literalmente) el clima y también las relaciones de fuerzas entre
estalinistas y trotskistas:
“El Partido Comunista
Francés convocó, para el 27 de julio, a un gran mitin en Bullier, a fin de
justificar la injustificable política del Partido Comunista alemán (…). La Liga había
decidido hacerse oír. Queríamos explicar una vez más que las organizaciones
socialistas y comunistas debían formar un frente unido contra Hitler. La sala
estaba repleta. Y nosotros, apenas unos veinte, en medio de la multitud (…).
Raymond Molinier gritó: ‘¡Pedimos la palabra para una declaración de cinco
minutos!’ (…) A una señal de Pierre Sémard, uno de los dirigentes del
Partido Comunista francés y, sin duda, el que tenía ya una especialidad en
perseguir a los trotskistas (…) se apoderaron de unas sillas y empezaron
a golpearnos. Yo fui uno de los que más recibieron. Me sacaron con la cabeza
ensangrentada.”[2]
En
ese contexto de álgido debate y enfrentamiento político, con el nazismo a las
puertas en Alemania y con abundantes y urgentes intervenciones por escrito de
Trotsky como orientación para los distintos grupos comunistas opositores al
estalinismo es que llegó de Turquía la noticia de Jan Frankel, un trotskista checo
que hacía las veces de secretario privado de Trotsky, de que necesitaban un
nuevo ayudante. Raymond Molinier le ofreció la oportunidad entonces a Van. La
principal razón: era el único que sabía leer ruso, idioma que había aprendido
por su cuenta. En Octubre de 1932 partió hacía Turquía a encontrarse con
Trotsky, con quien compartiría prácticamente todos los días de su vida durante
los próximos siete años.
De Prinkipo a Coyoacán
Van se integraría de inmediato a la vida de
exiliados de Trotsky y Natalia, una vida que combinaba extrañamente la vida de
una figura política revolucionaria eminente como la de Trotsky con el
aislamiento y la cotidianeidad de un exilio que lo llevó a varios países. Así,
las preocupaciones oscilaban desde ir a pescar todas las mañanas hasta organizar
la guardia de la noche precaviéndose de algún intento de asesinato por parte de
la GPU. Porque lo cierto es que Trotsky, aun en su aislamiento, estaba muy
lejos de estar retirado de la vida política: “En 1932, Stalin habría de darse cuenta de que había cometido un error
al dejar salir a Trotsky de Rusia. En el extranjero, Trotsky encontró nuevos
amigos, publicó el Boletín de la Oposición en ruso y derramó una catarata de
libros, folletos y artículos. La posibilidad de que Stalin quisiera ‘corregir’ su
error asesinando a Trotsky creció de año en año”[3].
Entre negociaciones con
las autoridades locales para conseguir visas de viaje, intervenciones de
Trotsky en disputas al interior de los grupos trotskistas (en particular el
francés), discusiones acerca de cómo organizar la cocina y la limpieza de la
casa, la preparación de los cuartos para la casi permanente llegada de
visitantes del extranjero, los dictados de artículos de Trotsky a veces en
ruso, a veces en alemán, y a veces en Francés, todos ellos que necesitaban
traducción para el Boletín, el escondite permanente de los periodistas y la
guardia atenta frente a los agentes de la burocracia de Moscú, la vida política
de Trotsky en el exilio era mucho más activa de lo que podría parecer a simple
vista, y al mismo tiempo, el relato de Van no pierde la oportunidad de, en el
medio de todas esas disputas y arduo trabajo, ilustrar la cotidianeidad de la
vida con Trotsky, Natalia y los demás ayudantes, la personalidad del hombre
detrás de la gran figura histórica, “la
vivacidad de sus gestos y de su discurso que atraía inmediatamente la atención”, y hasta sus costumbres hogareñas en las
cuales, con todo, no dejaba de ser León Trotsky: “Trotsky no comía mucho. Además, parecía no prestar atención a lo que
comía. Durante los siete años que comí tres veces por día sentado a su derecha,
nunca le oí hacer observación cualquiera sobre un platillo. Podía hablar de las
diferencias entre las manzanas francesas y las manzanas americanas, pero no se
trataba de sus gustos personales, sino que enunciaba observaciones
sociológicas.” [4]
El relato de Van de esos
años contiene la vivacidad de quien está transmitiendo sus propios recuerdos,
que no se transmiten como un objeto, sino como una experiencia vivida pero
también viva, resignificándose a cada paso, también al ser transmitida: “su transmisión es una reconstrucción,
reconstrucción para quien escribe y reconstrucción, quizás diferente, para
quien lee”[5]. Van
nunca pretendió otorgar una descripción cerrada de la personalidad de Trotsky,
mucho menos una biografía, y evitó adrede volcar en el texto sus propias
conclusiones sobre Trotsky, el hombre y el político. No hay ningún recurso a la
autoridad de haber convivido con Trotsky para tratar de hacer sus conclusiones
más válidas que otras. Su relato es una especie de “socialización de sus
recuerdos”, es un relato abierto a quien quiera entrar y hacer algo con ellos.
Esta actitud discreta del propio Heijenoort de “correrse
del centro de sus propios recuerdos”, coincide con su propia actitud de entrega
militante de sus años con Trotsky, donde construyó toda una vida al servicio de
la Oposición primero, de la Cuarta Internacional después, al límite de incluso ofenderse
si alguien le dedicaba algún reconocimiento personal. Pierre Broué recuerda una
anécdota al respecto: Al regresar de una de sus visitas a Trotsky en México,
André Bretón pronunció un discurso en Francia. Cometió el “pecado” de dedicarle
unas palabras a Van: “Es con la mejor
gracia del mundo que él toma sobre sí una tarea abrumadora: diez a doce horas
de trabajo y, como debe ser asegurada sin cesar la vigilancia de la casa,
cuatro horas de guardia a la noche. El camarada Van es uno de esos revolucionarios
de la cabeza a los pies como los quiere Trotsky.”[6]
Muchos años después, “Un día de julio de
1982 –cuenta Pierre Broué- encontré
en Harvard una copia de la protesta que [Van] le había dirigido a Breton con
fecha del 6 de diciembre de 1938: ‘P.S. – Me escribieron de diferentes lados
sobre un discurso suyo donde trataba sobre mí. Qué fastidio.’ En esta protesta
está comprendido todo Van.”[7]
Su relato, por otra parte, permite también
comprender la dimensión de la convicción revolucionaria de Trotsky, la entereza
de la conciencia de su papel histórico a pesar de la dureza de sus tragedias
personales y los terribles golpes del estalinismo que buscaban quebrarlo. Por
supuesto, los dos hechos más importantes fueron, primero, el suicidio de la
hija de Trotsky, Zina, y el asesinato por parte del estalinismo de León Sedov,
su hijo, después. Así lo recuerda Van:
“El 5 de enero, Zina se suicidó con
gas en Berlín. Liova [así llamaban a León Sedov, RF.] envió a Natalia un telegrama que llegó el 6 (…) Trotsky y Natalia se encerraron
inmediatamente en su habitación, sin decirnos nada. (…) En los días que siguieron, Trotsky
entreabría de tanto en tanto la puerta de su habitación para pedir una taza
de té. Cuando, unos días más tarde,
salió para ponerse de nuevo a trabajar, tenía los rasgos devastados. Dos
profundas arrugas se le habían formado a cada lado de la nariz y le enmarcaban
la boca. Su primer trabajo fue dictar una carta pública dirigida al Comité
Central del Partido Comunista ruso en la que hacía recaer la responsabilidad de
la muerte de su hija sobre Stalin.”[8]
Era, también, la época
de las grandes purgas en la URSS, y junto con ellas, las capitulaciones, que
aunque no dejaron de ser forzadas por la represión burocrática –algo de lo que
Trotsky era muy consciente- no dejaban de ser un golpe emocional muy fuerte, en
especial cuando entre los capituladores aparecía algún nombre de quienes habían
luchado codo a codo con el propio Trotsky contra la burocracia. Un nombre, sin
duda, dolió especialmente: el de Christian Rakovsky.
“Trotsky no tenía alrededor suyo ni
adornos ni recuerdos, Durante un tiempo conservó cerca de su cama una
fotografía de Rakovsky que había sido, sin duda, su amigo personal más cercano
en Rusia. La fotografía había salido de Rusia en 1932, en condiciones
difíciles. En abril de 1934, después de la capitulación de Rakovsky, yo estaba
quemando papeles sin valor, viejos borradores, en el jardín de la residencia de
Barbizon, cuando Trotsky se acercó y me dijo, tendiéndome la fotografía de Rakovsky:
‘Tenga, puede quemar esto también.’”[9]
Las tragedias personales se enredaban con las
políticas, haciendo imposible distinguir una esfera y otra de la vida de
Trotsky, y de todos quienes estaban con él. El relato de Van Heijenoort retrata
bien esa característica propia de esos agitados años del siglo XX donde la
individualidad se funde -pero a la vez se forma- con los grandes
acontecimientos sociales y políticos. Un fenómeno que en toda su dimensión
puede parecernos todavía abstracto en nuestra época histórica, aun subsidiaria
del individualismo pequeño burgués y posmoderno de fines del Siglo XX y
principios del XXI, pero que empieza a ser cada vez más real con una lucha de
clases cada vez más polarizada. El relato de Van de esos años con Trotsky adquiere
quizás más profundidad en nuestra época, siendo “reconstruido por el que escribe, pero también por el que lee”.
A la represión y persecución estalinista, los
ataques a los grupos trotskistas y difamaciones en los diferentes países –que
se multiplicaron y se hicieron más furibundas, por parte del estalinismo, a
partir de la llegada de Hitler al poder en Alemania- y por supuesto, el peligro
constante a la seguridad del propio Trotsky, había que sumar el problema de la
infiltración en las organizaciones trotskistas e incluso en el propio círculo
cercano a Trotsky. Las disputas políticas internas, frecuentes
fraccionamientos, el pequeño tamaño de los grupos y el aislamiento del propio
Trotsky jugaron a favor para la infiltración de los agentes secretos. El
asesinato de Liova está directamente relacionado con ello:
“Durante los años que Liova vivió en París, su colaborador más cercano era Mark Zborowski que muchos años después fue públicamente desenmascarado como agente de la GPU. Desde la llegada de Trotsky a Estambul, cierto número de agentes stalinistas había penetrado en las filas de la organización trotskista. Sin mencionar aquí los espías locales, reclutados en el lugar y cuyas actividades no salían del marco de una sección nacional, había una buena media docena de agentes internacionales, es decir, agentes que se encontraban mezclados en la vida de varias secciones, en el trabajo del Secretariado Internacional, en la difusión del Boletín de la Oposición, que trabajaban con Liova, que se escribían con Trotsky y que incluso iban a verlo. Los tres principales de esos agentes eran los hermanos Sobolevicius y Mark Zborowski. Sus maneras de actuar merecerían todo un libro. Hubo otros individuos respecto de quienes no siempre es fácil decidir si fueron agentes de la GPU colocados en la organización trotskista o vacilantes que en un determinado momento capitularon ante Stalin.”[10]
Ya en 1937, entre las acusaciones estalinistas y las amenazas del gobierno Noruego, primero, y del Francés, después, Trotsky y su séquito consiguieron, por intermedio del presidente Cárdenas, trasladarse a México. Para todos, incluido Van, un país nuevo y un idioma nuevo: “Me acuerdo que en la víspera de mi viaje fui a leer en la biblioteca Sainte-Geneviéve el artículo sobre México en una vieja enciclopedia”.[11]
Sin hablar una palabra de español, Van se encargó de todas las tratativas con los funcionarios Mexicanos para la llegada de Trotsky. Había mucho trabajo por hacer. Se desarrollaba el segundo proceso de Moscú. Cada día que llegaba por la prensa las acusaciones fabricadas por la burocracia, Trotsky respondía con un artículo. “Había que traducir ese artículo al inglés y al español, distribuirlo a las agencias de prensa internacionales y entregarlo a los diarios mexicanos. Por la noche, yo hacía la ronda de las redacciones de los periódicos de México.”[12]
Desde febrero de ese año, Trotsky había reclamado la conformación de una comisión investigadora internacional para examinar las acusaciones lanzadas contra él y su hijo desde la burocracia soviética. Cuando el filósofo norteamericano John Dewey aceptó integrar e incluso presidir dicha comisión, empezaron meses de arduo trabajo de recopilación documental en las que Van jugaría un rol central: “en los primeros meses, al lado de Jan Frankel, [Van] realizó un trabajo titánico con los papeles de Trotsky, los que contribuyó todo cuanto pudo a preservar y clasificar, poco a poco, desde los años de Turquía, y a los que conocía mejor que nadie. (…) La defensa de Trotsky ante la comisión Dewey, en gran parte, reposó materialmente sobre sus espaldas. Es en esta oscura batalla que se ganó la estima de todos los intelectuales norteamericanos ganados para la defensa de Trotsky”.[13] La comisión Dewey, como es sabido, encontró a Trotsky inocente de todos los cargos que le imputaba la burocracia de Moscú.
La guerra, que venía siendo anunciada hacía ya tiempo, finalmente estalló en septiembre de 1939. Con el precedente de la Gran Guerra, pero sin poder tomar dimensión del inmenso choque que comenzaba “se advertía en Trotsky el cansancio de ver que se repetía una catástrofe de la que ya había sido testigo en 1914, pero también la fe de que en unos pocos años la guerra llevaría a la revolución socialista.”[14]
Por lo tanto, las tareas políticas acuciaban. Hacía ya un tiempo que Trotsky comenzó a considerar si no era mejor que un valioso joven militante como Van Heijenoort tuviese tareas más directas, por ejemplo, en el Secretariado Internacional. Broué recuerda que “de hecho, Trotsky se sentía culpable frente a jóvenes como Van o Jan Frankel, que le consagraban años de su vida, (…) simplemente porque su situación a su lado, por enriquecedora que fuera en ciertos aspectos, los aislaba de la vida, del movimiento real de las masas, y alimentaba en su pensamiento cierta abstracción, inevitable en el contexto en el que se formaban, pero lamentable. Por eso, pese al disgusto de la separación de personas irremplazables –como lo eran Jan y Van– estaba feliz de verlos volar finalmente con sus propias alas y hacer su experiencia política”.[15]
En efecto, Frankel, que había estado junto a Trotsky desde antes que Heijenoort, había partido para Estados Unidos en octubre de 1937 y se había integrado a las filas del Socialist Workers Party. En Octubre de 1939 se decidió el mismo plan de acción para Van, aunque la visita a Estados Unidos sería, al menos en principio, de unos meses. El SWP atravesaba una crisis profunda. La guerra había planteado el problema del “defensismo” en torno a la posibilidad de una invasión a la URSS, y el partido se encontraba dividido al respecto. La noche anterior a su partida, Trotsky y Van hablaron sobre la situación del grupo norteamericano. Trotsky temía una ruptura. “En esa última conversación Trotsky no me daba ciertamente ‘directivas’ que mi situación de recién llegado a Nueva York de ninguna manera me hubiera permitido aplicar. Me explicaba cómo veía él la situación y en qué dirección debía actuar, según mis medios”[16]. El 5 de noviembre Van partió para Estados Unidos sin saber que nunca más volvería a ver a León Trotsky.
Nueva York
Pero era demasiado tarde. “Cuando llegué a Nueva York, la escisión ya era un hecho”[17].
Esta desazón con la que comenzaba la nueva etapa en la vida de Van sería sólo
la primera de muchas otras que vendrían. Van seguiría manteniendo una
correspondencia regular con Trotsky, manteniéndolo informado sobre la situación
del grupo norteamericano después de la ruptura, pero no terminaría de
afianzarse nunca en su nuevo lugar de militancia.
A pesar de ser a partir de 1940 el responsable en
Nueva York del Secretariado Internacional, lo que implicaba arduas tareas de
organización en la dirección de la Internacional, en su vida en Estados Unidos
Van hizo de todo para sobrevivir. Sus habilidades variadas lo llevaron a hacer
trabajos de Carpintero y de Plomero, así como profesor particular de francés. Durante
varios años su vida personal no pudo estabilizarse, lo que también le trajo
consecuencias en su actividad política y en su relación con los demás miembros
de la dirección tanto del SI como del SWP.
Al respecto, las relaciones políticas entre la sección
norteamericana y el Secretariado no eran buenas. Todavía afectados por el
debate sobre la guerra y la ruptura del partido, y con los militantes europeos
(en particular los franceses) en una situación desesperada ante el avance del
nazismo, “Van estimaba –y estimó hasta el
final– que no había sido colocado allí en condiciones elementales de
funcionamiento acordes a un organismo internacional, y que el S.I. fue
deliberadamente sofocado y paralizado en su acción, que él juzgaba capital, por
la mala voluntad y la pasividad de la dirección del SWP”. Y que, aunque Van
se la rebuscaba para sobrevivir, “[eso] no
impidió, me dijo, que [James] Cannon
le reprochara “exigencias de pequeño burgués” respecto a los horarios de
reunión con los miembros permanentes del SWP, que no tenían las obligaciones
horarias de las que él era esclavo. Siempre le escuché manifestar, respecto a
este período, su amargura y, a veces, cierto rencor.”[18]
Menos de un año después de su partida, un hecho
cambiaría para siempre la situación del movimiento trotskista internacional, y junto
con ello, la vida del propio Van Heijenoort:
“Agosto de 1940. Vivo en Baltimore, donde enseño
francés. El 21 por la mañana estoy en la calle. La pila de New York Times está
allí, sobre la acera. Desde arriba echo un vistazo a los titulares. Está allí,
en medio de la página: ‘Trotsky, wounded by 'friend' in home, is believed dying’[19].
Deambulo por las calles, luego, espero las noticias de la radio. Una voz
anuncia: ‘León Trotsky died today in México City.’[20]
Todo se confunde.”[21]
El asesinato de Trotsky
fue un durísimo golpe para quien había compartido gran parte de su vida adulta
a su lado. Y además, habría mayores interrogantes y complicaciones para la
dirección del movimiento trotskista mientras la guerra hacía que todas las
cuestiones políticas fueran apremiantes. Ya hemos dicho como Van recordaba que
Trotsky, a pesar de su aislamiento, se preocupaba activamente por las disputas
internas de los distintos grupos esparcidos en el mundo, muchas veces logrando
evitar escisiones y rupturas con sus intervenciones. Pero ahora, todo se
complicaba aún más. Con Trotsky asesinado por la burocracia, con la guerra en
Europa y la ocupación nazi en Francia, con los trotskistas perseguidos y
asesinados en la URSS, siendo un movimiento minoritario y dividido y con los
agentes estalinistas e imperialistas siempre al acecho, la militancia de esos
años representaba una verdadera prueba de convicción y temple revolucionario,
que Van, a pesar de que “todo se
confundía”, encaró igual o más activamente que los años anteriores. Daniel
Logan, Marc Loris, Ann Vincent: todos estos seudónimos con los que Van escribía
en los periódicos trotskistas demuestran la incansable actividad de Van en esos
años, reflejados en decenas de artículos, la mayoría de ellos de carácter
polémico, donde se encuentra toda la potencia de su pensamiento cuando se
proponía defender al marxismo frente a las tendencias filosóficas burguesas:
“Centenares y millares de círculos de parlanchines,
artísticos, literarios, filosóficos y, algunas veces, políticos, prosperan sin
cesar entre la ‘inteliguentsia’ pequeño burguesa. Atrapan al vuelo tal o tal
otra idea, construyen toda “una teoría” a partir de eso y viven de ella durante
algunos meses o años. Los marxistas no tienen nada en común con esos
“aventureros del pensamiento”. Los revolucionarios socialistas están en los
primeros puestos de una clase histórica
toda entera, el proletariado. Conocen el valor de una tradición duramente
adquirida. (…) El
revolucionario ruso Hertzen llamó a la dialéctica el “álgebra de la
revolución”. En realidad es mucho más que eso, su valor se extiende a todo
conocimiento humano, de la sociedad o de la naturaleza. Pero por lo menos es
eso.”[22]
Pero ese carácter
polémico de sus artículos no se debía principalmente a la filosofía, sino a la
pelea política hacia afuera y sobre todo hacia adentro del movimiento
trotskista. Su militancia daría un importante giro en 1943, cuando decide
unirse a la tendencia Borrow-Goldman del SWP, que se oponía a la política de la
dirección, encabezada por James Cannon. Frente a una concepción demasiado
mecanicista sobre las consecuencias de la guerra, y la idea de que al terminar
la guerra la revolución advendría inmediatamente, la agudeza intelectual de Van
y su formación anti-dogmática en el marxismo, alimentada por sus años de
convivencia con Trotsky, lo hicieron defender una posición que rechazaba
cualquier mecanicismo sobre la cuestión de la revolución socialista después de
la guerra, y sobre todo, rechazando las ilusiones exageradas que se hacían
muchos trotskistas ante el avance del Ejército Rojo sobre Europa. Contra todo
un sector del trotskismo que, frente a los triunfos estalinistas en la guerra,
comenzaba a embellecer a la burocracia y a sentar expectativas en su avance (lo
que, a la postre, terminaría siendo la posición “oficial” de la Cuarta
Internacional bajo la dirección de Michel Pablo), Van y la tendencia a la que
adscribía se mantuvieron firmes en caracterizar a la burocracia del Kremlin
como contrarrevolucionaria, luchando contra las lecturas unilaterales de los
textos de Trotsky al respecto.
A la salida de la
Segunda Guerra Mundial, los pronósticos acerca de la proximidad de la
revolución socialista no se cumplieron como muchos esperaban. Y a pesar del
triunfo democrático que significó la derrota del fascismo, los grandes
ganadores de la guerra fueron precisamente aquellos que el movimiento
revolucionario tenía como tarea combatir: el imperialismo, con Estados Unidos a
la cabeza, y el propio estalinismo, que lejos de verse debilitado, terminó por
afianzar su poder burocrático apoyándose en el enorme prestigio internacional
que le valió haber aplastado al monstruo Nazi. La burocracia había salido
reforzada no sólo en términos subjetivos sino también objetivos: ahora
controlaba también la mayor parte de Europa del este. La revolución obrera tal
como la había conocido Europa en el período de entreguerras no volvería a imponerse
en los países capitalistas europeos, aunque sí hubo importantes levantamientos
revolucionarios de carácter obrero precisamente contra la burocracia de los
países del Este, pero fueron aplastados por los tanques estalinistas. Fuera de
Europa, la historia sería diferente, abriéndose un período de revoluciones
triunfantes en países periféricos que se extenderían durante toda la posguerra.
Estas Revoluciones dieron lugar a procesos anticapitalistas históricos e
inmensos como la Revolución China de 1949, pero estos no contaron con el
protagonismo de la clase obrera y darían lugar a nuevas burocracias.
En todo ese contexto,
como ya hemos dicho, la línea oficial del movimiento trotskista en el
Secretariado Internacional aplicaba una política de tendencia capituladora al
estalinismo. Sucedía que ante el carácter progresivo de la expropiación de los
capitalistas en los países del Este europeo, minimizaban con un criterio
objetivista las consecuencias de la imposición burocrática sobre la clase
obrera de esos países. Esta línea de acción implicaba un embellecimiento de la
burocracia inaceptable para muchos militantes trotskistas, que unos años
después llevaría a una gran ruptura a nivel internacional entre el trotskismo
“oficial” y el así llamado “ortodoxo”.
En esos años de auge del
poder de la burocracia y de fuerte crisis política al interior del movimiento
trotskista, habiendo dado una pelea en minoría hacía años dentro de la fracción
del SWP, y siendo finalmente expulsado del mismo en 1948 junto a sus compañeros
de tendencia, Jean Van Heijenoort no resistió semejantes condiciones adversas.
Desmoralizado, Van, el militante, el secretario, el guardaespaldas, el amigo,
finalmente rompió definitivamente con el trotskismo y con el marxismo. Escribió
un balance del siglo transcurrido desde la publicación del Manifiesto
Comunista, concluyendo que la clase obrera, su capacidad política y su papel
histórico no resultó ser el que esperaban los marxistas. Y se preguntó,
apropósito de los crímenes del régimen soviético que comenzaban a salir a la
luz, “si los bolcheviques, al establecer
un régimen policial irreversible, al anular toda opinión pública, no habían
preparado el terreno sobre el que habría de salir el enorme hongo venenoso del
stalinismo.”[23]
En el contexto del retroceso del movimiento revolucionario a expensas del
estalinismo, esta posición fue expresada equivocadamente también por otros
grandes ex militantes que habían sido aliados de Trotsky, como en el caso de Víctor
Serge.
Para Van, la ideología comunista
a la que había adherido desde muy temprano en su adolescencia estaba en ruinas.
Y junto con ella, la vida de militante revolucionario que había construido
desde hacía más de 20 años. Mientras el Siglo XX daba a luz a una nueva etapa
histórica, como una especie de personalidad atada a los grandes
acontecimientos, Jean Van Heijenoort tuvo que construir otra vida. Pero, ¿de
qué aferrarse, cuando todo lo que uno creía parece venirse abajo? Sólo había
una cosa que había apasionado a Van durante toda su vida a la par de su
militancia comunista, una cosa que, en su rigurosidad deductiva y profesión de
exactitud, parecía asegurarle la firmeza que necesitaba para no volver a
sentirse desilusionado ante su proyecto de vida. Comenzaba la vida de Jean Van
Heijenoort, el lógico, el matemático.
De Nueva York a Stanford
En 1949, Van Heijenoort
se doctoró en Matemáticas en la Universidad de Nueva York. Se dedicó de lleno a
su nueva profesión, en la que, con el tiempo, llegaría a ser un autor de
renombre. No sólo era un matemático “teórico”, sino que fue también y sobre
todo un historiador de la lógica y de la matemática.
Ya en los años ’50 se
integró al departamento de matemáticas y se convirtió en profesor de filosofía
de la Universidad de Columbia, también en Nueva York. Alejado de toda actividad
política, continuó su carrera un largo tiempo en la Universidad de Brandeis,
Massachussets, como Profesor Titular de Filosofía e Historia de la Lógica,
entre 1965 y 1979, y luego sus últimos años en la Universidad de Stanford.
Esa época en Brandeis,
además, coincide con su etapa de mayor producción intelectual en el ámbito de
la filosofía de la matemática y la lógica. Publicó varios libros y decenas de
artículos, pero sin dudas su trabajo más destacado y que le dotaría de renombre
académico fue el que publicó en 1967, una antología de traducciones titulada From Frege to Gödel: A Source Book in
Mathematical Logic, 1879-1931.
La obra[24]
está constituida por 46 traducciones hechas por Heijenoort, la primera de ellas
la más significativa, al ser la primera traducción completa al inglés de la Begriffsschrift[25]
de Frege de 1879. Las cuarenta y cinco restantes son diversos artículos sobre
lógica matemática y teoría de conjuntos que abarcan el período 1889-1931,
llegando a la traducción del artículo fundamental de Kurt Gödel en el que
postula sus famosos teoremas de
incompletitud. La mayoría del contenido del Source Book antes de su publicación no era de fácil acceso ni
siquiera en las principales bibliotecas universitarias de Estados Unidos o no
existía directamente traducción al inglés. La mayoría de los artículos, además,
incluía una introducción escrita por el propio Heijenoort, donde incluía sus
propias consideraciones teóricas.
El período histórico
recortado por el Source Book está muy
lejos de ser arbitrario, sino que abarca un período fundamental y apasionante
para los lógicos y matemáticos: la época de la comúnmente llamada “crisis de los fundamentos”. Mientras la
teoría de conjuntos formulada por Cantor parecía haber conseguido un fundamento
seguro para la matemática despojado de presupuestos empíricos o psicológicos, Frege,
apoyándose en esos desarrollos, se había embarcado en el proyecto ‘logicista’
de reducir la totalidad de la matemática (y del lenguaje) a axiomas lógico-formales.
Si la totalidad de los conceptos fundamentales de la matemática podían
deducirse de axiomas lógicos, su exactitud y verdad estarían aseguradas. Pero el
descubrimiento de la paradoja de Russell, en 1902, demostraba el carácter
contradictorio de las matemáticas cantorianas, y con ello parecía venirse abajo
todo el proyecto fregueano.[26]
El hecho es que “la posibilidad de crear
conceptos no era tan ‘libre’ como Cantor había presupuesto; era menester que
existieran condiciones limitadoras a partir de las cuales era difícil afirmar
una naturaleza puramente lógica.”[27]
Pero no era sólo el proyecto logicista de Frege lo
que estaba en juego. Comenzaba una época de crisis en los fundamentos de los
conceptos matemáticos: “Estaban
comprometidos todos los desarrollos matemáticos que, a partir de las primeras
aplicaciones de Cantor al estudio de los conjuntos de puntos, habían
constituido el mérito fundamental de la teoría de conjuntos para obtener un
reconocimiento concreto por parte del mundo matemático”[28].
En respuesta, comenzaban entonces los intentos de rescatar a las
matemáticas de su crisis, y los principales intentos de hacerlo formaron
“grandes escuelas” que dominaron el debate especializado hasta la década del
’30. La reacción “anti-logicista” estuvo encabezada por el constructivismo de
Poincaré y de manera aún más radical por las matemáticas intuicionistas de
Brouwer, que propugnaban un divorcio total entre lógica y matemática. Por el
otro lado, otros autores como el propio Russell y Ramsey intentaron reflotar el
proyecto logicista, esta vez atendiendo a las antinomias descubiertas, y más
tarde, en la década del ’20, esta línea fue continuada, aunque de manera
diferente, con la escuela formalista de Hilbert, que a su vez se vio condenada
al fracaso, al menos en sus pretensiones originales, con el descubrimiento de
los ya mencionados teoremas de incompletitud de Gödel, que demostraban que
ninguna teoría matemática formal podía ser a la vez consistente y completa, por
lo que el proyecto de fundamentar la totalidad de las matemáticas sobre bases
estrictamente lógicas se reveló inviable tal como lo habían planteado los
logicistas desde finales del Siglo XIX.
El libro de Heijenoort constituyó, en su época, una
obra fundamental para el conocimiento histórico y la comprensión de ese período
de las matemáticas, mostrando en toda su dimensión el carácter crucial del
resultado del trabajo de Gödel, el cual “[constituyó] la línea de demarcación entre dos épocas diferentes de la
investigación lógica”[29].
Heijenoort, además, fue parte del equipo de trabajo que se encargó de publicar
la obra póstuma de Gödel.
Con respecto al Source
Book, fue definitivamente la obra con la que Van Heijenoort terminó de
hacerse con cierto renombre en el ámbito intelectual norteamericano, un nombre
que, por razones muy distintas, ya había comenzado a forjar treinta años antes,
cuando se puso al hombro la titánica tarea documental de la defensa de Trotsky
en la ya mencionada Comisión Dewey. Pero defender la verdad histórica en torno
a la figura de León Trotsky era una tarea que continuaba inacabada. Heijenoort
seguía siendo aquel que más y mejor podía ordenar, clasificar, datar y
reconstruir las miles y miles de fojas de cartas, artículos y escritos de la
época del exilio que estaban guardados en el archivo Leon Trotsky. Es que, con
o contra su voluntad, a pesar de haber construido una nueva vida de pleno
derecho, de haberse alejado de toda actividad política organizada, Van
Heijenoort, el profesor, el matemático, no podía simplemente despegarse de su
pasado de haber sido alguna vez el joven Van, el secretario, el militante, el
amigo.
De París a México, otra
vez
Luego de su ruptura política en 1948, no fue hasta
nueve años después que Van no volvió a aportar al menos significativamente al movimiento
que él mismo había ayudado a construir en la década del ’30. Pero esta vez lo
haría no como militante, sino como quien ha sido testigo directo de una parte
de la historia y siente sobre sus espaldas la responsabilidad de ayudar a
transmitirla. Sobre todo cuando esa historia había que defenderla frente a las
calumnias y difamaciones estalinistas.
Fue en 1957 cuando Van regresó a Europa, casi 20
años después de haberse subido en Francia al barco que lo llevaría a Estados
Unidos para luego instalarse en Coyoacán. Volvió a Paris a cuenta de la
Universidad de Harvard. Fue enviado en busca de los documentos del archivo de
Leon Sedov, que Trotsky había vendido pero no suministrados a Harvard.
Van se sumergió entonces en la titánica tarea de
clasificación de los cientos de miles de documentos que conformaban el Archivo
Leon Trotsky en Harvard, tarea que le ocuparía largos años: “sin él, sin ese inmenso trabajo, una
importante fracción de los documentos hoy identificados, clasificados,
generalmente traducidos, publicados, comentados, sólo sería una masa de viejos
papeles incomprensibles.”[30]
Gran parte de lo que hoy podemos llamar la obra de Leon Trotsky se debe al
trabajo de archivista de Van.
Su inmenso trabajo con los “Trotsky papers” lo
llevarían a conocer, a fines de los ’60, al historiador trotskista Pierre
Broué, que hacía años que se dedicaba a reconstruir la historia del trotskismo
y estaba interesado en embarcarse en el proyecto de la publicación de las obras
completas de Trotsky.
Después de conocerse en un despacho de la Sorbona,
Van y Broué se veían a menudo, a veces en París, a veces en Harvard o en
Stanford. Distantes entre sí al principio, manteniendo una relación casi
exclusivamente profesional, con la lectura por parte de Van de El Partido Bolchevique¸ Broué se ganó su
confianza y entablaron rápidamente una estrecha relación de amistad.
Van sentía que el trabajo de Broué lo ayudaba a
sacarse una mochila de la espalda. Siempre se había sentido en deuda con
respecto a la responsabilidad que le cabía de plasmar su experiencia en el
exilio junto a Trotsky, y el trabajo de Broué lo animaba a continuar su labor
con los archivos, por un lado, y a reconciliarse con su pasado, por el otro: “No olvidaré su emoción, la alegría que hacía
cantar a su voz, cuando me anunció por teléfono que, por fin, acababa de
revisar las famosas cartas del Viejo a Liova, con las largas postdatas
manuscritas sobre los originales dactilografiados, que había creído perdidas
para siempre”[31].
Después de los duros años 40, con la ruptura con todo lo que había creído y por
lo que había luchado hasta el momento, con el esfuerzo de “construir una nueva
vida”, Van volvía a emocionarse cuando encontraba alguna carta perdida del
“Viejo”. Su sentimiento de “desahogo” al poder asegurarse que su experiencia
con política y personal con Trotsky no caería en el olvido lo refleja Broué de
la siguiente manera:
“Año tras año, creí notar que él ya no se acordaba
del todo de episodios importantes que me había contado personalmente.
Rápidamente, a pesar de mi sorpresa inicial, tuve que rendirme a la evidencia y
admitir que él olvidaba precisamente lo que me había contado. Hecha la
verificación una y otra vez, prudentemente se lo dije y él me sorprendió con su
sonriente autosatisfacción: él era, decía, una máquina muy a punto, ya que al
envejecer regulaba de este modo el problema de su sobrecarga, eliminando sólo aquello
que se había asegurado que estaría preservado. Lo más sorprendente es que era
cierto.”[32]
En 1977 Broué fundaría el Instituto León Trotsky y comenzaría la publicación de los Cahiers Leon Trotsky, de los que
llegarían a editarse 27 volúmenes de las obras completas de Trotsky en vida de
Broué. A pesar de haber sido un actor fundamental para posibilitar dicha tarea,
Van se negó tajantemente hasta el final a ser mencionado o reconocido en su
inestimable ayuda para la publicación de los cuadernos.
En esos años de acercamiento a su pasado con
Trotsky, Van se sintió listo, por fin, a redactar algo así como sus memorias de
la vida en el exilio. Como vimos, con un estilo sencillo y discreto, lejos de
buscar encarar una obra biográfica ni historiográfica, Van logró volcar sus
recuerdos en un pequeño opúsculo que publicó en 1976, bajo el título de Con Trotsky en el exilio, de Prinkipo a
Coyoacán.
A partir del testimonio de Broué, sabemos que los
últimos años de su vida Van Heijenoort los vivió aliviado con su pasado, sin
por eso haber regresado a la militancia política jamás. Sus últimos años los vivió
en sus dos pequeñas oficinas de las que estaba orgulloso: una en Harvard, otra
en Stanford.
Van Heijenoort fue en todas sus dimensiones,
contradicciones, posibilidades y límites, una personalidad propia del Siglo XX,
el siglo más revolucionario de la historia de la humanidad, donde los límites
entre biografía e historia parecen elásticos, porosos, fronterizos. En las
grandes épocas donde la revolución y la contrarrevolución marcan el ritmo
histórico, la vida personal y la social se refractan entre sí haciendo difícil
separar tajantemente lo que cada una reclama como propio cuando llega el
momento de discutir la herencia. La época de la revolución es también, para
quienes la viven, una pequeña revolución en cada una de sus instanciaciones. Y Jean
Van Heijenoort tuvo que revolucionar su vida varias veces.
Tuvo dos hijos y cuatro esposas. La última de ellas,
de la que también estaba distanciado, vivía en las afueras de la Ciudad de
México. México, esa ciudad a la que Van había llegado sin hablar una palabra de
español en 1937, lo encontraba de vuelta, pero una noche de fines de marzo de
1986, yendo a visitar a su cuarta esposa. Esa noche ella lo asesinó de dos
disparos y luego se suicidó. También la tragedia pertenece al Siglo XX.
Su trabajo de recuperación del pensamiento y la
acción del revolucionario ruso contiene una riqueza invaluable para las
generaciones que le somos posteriores, pero también su propia vida contiene en
sí misma un testimonio real, sin idealizaciones, con vacilaciones, errores,
rupturas y reconciliaciones de lo que significa la militancia revolucionario en
los años cruciales de la lucha de clases del siglo pasado, cuyo estudio y
experiencia debemos retomar en todas sus dimensiones para enfrentar los
desafíos de la revolución en el futuro.
Van, el militante, el secretario, el traductor, el
guardaespaldas, el profesor universitario, el historiador de la lógica, el
matemático, “el amigo, en la plena
acepción de la palabra”[33],
como lo definiera André Bretón en aquel discurso de 1938 que lo fastidiaría.
Van Heijenoort fue un personaje que le pertenece de pleno derecho al Siglo XX,
y que un poco el Siglo XX también le perteneció a él.
Bibliografía
BRETÓN, André (1938) Discurso pronunciado en un mitin del PCI (Partido Comunista
Internacionalista de Francia) el 11 de noviembre de 1938, Cahiers Léon Trotsky N° 12, Institut Léon Trotsky de Francia,
disponible en André
Breton(1938): Visita (marxists.org)
BROUÉ, Pierre (1986) Cahiers Léon
Trotsky n° 26, junio de 1986.
MANGIONE, Corrado (1985) “La lógica en el Siglo XX”, en Geymonat, L.
(ed.) Historia del pensamiento filosófico
y científico, Vol. XIII: El siglo XX (II), Barcelona, Ariel, 1985.
VAN HEIJENOORT, Jean (1940) El
álgebra de la revolución, Fourth International, mayo de 1940. Traducción de
Alejandría Proletaria. Disponible en El
álgebra de la revolución (marxists.org)
VAN HEIJENOORT, Jean (2013) Con Trotsky en el exilio: de Prinkipo a Coyoacán, Marxists Internet
Archive, 2013. Disponible en van
Heijenoort (1978): Con Trotsky en el exilio. (marxists.org)
[1] Van Heijenoort, J. Con Trotsky en el exilio: de Prinkipo a
Coyoacán, Marxists Internet Archive, 2013.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
[6] Bretón, A. Discurso pronunciado en un mitin del PCI (Partido Comunista
Internacionalista de Francia) el 11 de noviembre de 1938, Cahiers Léon Trotsky N° 12,
Institut Léon Trotsky de Francia, disponible en Marxists Internet Archive.
[7] Broué, P. Cahiers Léon
Trotsky n° 26, junio de 1986. Publicado en Con
Trotsky. De Prinkipo a Coyoacán. Ediciones IPS-CEIP.
[8] Van Heijenoort, Op. Cit.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd.
[13] Broué, Op. Cit.
[14] Van Heijenoort, Op.
Cit.
[15] Broué, Op. Cit.
[16] Van Heijenoort, Op.
Cit.
[17] Ibíd.
[18] Broué, Op. Cit.
[19] “Trotsky, herido por un 'amigo' en su casa, se cree que agoniza.”
[20] “León Trotsky murió
hoy en la ciudad de México.”
[21] Van Heijenoort, Op.
Cit.
[22] Van Heijenoort, El álgebra de la revolución, Fourth
International de mayo de 1940.
[23] Van Heijenoort, J. Con Trotsky en el exilio: de Prinkipo a
Coyoacán, Marxists Internet Archive, 2013.
[24] En este punto me
gustaría aclarar que estoy muy lejos de ser un especialista en estos temas. Me
limito a intentar dar cuenta de la amplitud intelectual de Van Heijenoort y de
sus preocupaciones teóricas, sin estar capacitado para hacer una valoración
sobre el contenido de sus aportes en esta materia.
[25] En español habitualmente
traducida como Conceptografía o Ideografía.
[26] Recordemos que la paradoja suele plantearse así: hay conjuntos que
forman parte de sí mismos y otros que no forman parte de sí mismos. ¿Qué ocurre
con el conjunto de los conjuntos que no forman parte de sí mismos? Si forma
parte de sí mismo, entonces no forma parte de sí mismo, y si no forma parte de
sí mismo, entonces forma parte de sí mismo.
[27] Mangione, C. La lógica en el Siglo XX, p. 207
[28] Ibíd. p. 204
[29] Ibíd. p. 226.
[30] Broué, P. Op. Cit.
[31] Ibíd.
[32] Ibíd.
[33] Bretón, A. Op. Cit.
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